LAS ISLAS DESDE EL CONOCIMIENTO

La historia de Adalberto Ferlito, el veterano de Malvinas que se convirtió en buzo del CONICET

Sobrevivió a un naufragio durante la guerra y hoy trabaja como apoyo científico recolectando muestras en el Canal de Beagle.


Ilustración: Facundo López Fraga.

Cada 1 de abril Adalberto Ferlito recorre las oficinas y laboratorios del Centro Austral de Investigaciones Científicas (CADIC, CONICET) y esparce el recordatorio entre sus compañeros y compañeras de trabajo –investigadores, investigadoras, becarios, becarias, administrativos y administrativas, otros técnicos-. Les recuerda que esa noche, en la Plaza Islas Malvinas de la ciudad de Ushuaia, habrá una vigilia. Unas horas después, frente al Canal de Beagle y alrededor de un enorme monumento alusivo con la silueta hueca de las islas –apostado en 1994 por la Asociación de Ex Combatientes de Ushuaia-, se congregarán miles de personas para honrar durante toda la madrugada la memoria de los caídos en la guerra y reafirmar, además, los derechos argentinos sobre las islas. Ferlito será uno de ellos: además de ser parte de la Asociación de Ex Combatientes de Malvinas que lo organiza, se desempeña como miembro de la Carrera de Personal de Apoyo del CONICET cumpliendo tareas como buzo científico.

“Nunca imaginé que terminaría trabajando en un ámbito científico como buzo –confiesa Ferlito desde el pañol de Buceo y Náutica del CADIC-. Yo era buzo de salvamento en la Marina y fue de casualidad, por medio de un compañero de trabajo, que me enteré que podía poner mi experiencia al servicio de la investigación”. El espacio, que él mismo armó en el subsuelo del centro multidisciplinario de investigación, es un cuarto lleno de trajes de buceo y en cuyas paredes se superponen las fotografías de campañas realizadas por él en el mar: se lo ve posando al lado de un pingüino, al timón de un barco, junto a científicos y científicas en un barco en medio del mar.  “Trabajar en el fondo del océano –dice- es fascinante”.

Hoy una jornada normal en la rutina de Ferlito incluye navegar en la costa de Ushuaia en alguna de las embarcaciones del CADIC, que él mismo prepara, junto con los equipos, los salvavidas y las artes de pesca necesarias para salir al mar. Una vez en viaje, en medio del Canal de Beagle, Ferlito asiste a las y los científicos de distintos grupos –pueden ser del área de biología, de crustáceos, de mamíferos marinos, de antropología o geología- que se hayan embarcado con él para encontrar los tipos de muestras que necesiten –como sardinas o mejillones- o inspeccionar especies como pingüinos, ballenas, focas en su hábitat natural. Como entre las y los científicos del CADIC hay varios buzos profesionales capacitados para realizar tareas científicas hasta un nivel de quince metros de profundidad, lo que Ferlito hace –que está capacitado para bucear en una profundidad de hasta treinta y cinco metros- es acompañarlos como buzo de reserva: supervisa todo para que no haya accidentes durante la recolección de las muestras. “Trabajar para CONICET me permite conocer muchas cosas, he aprendido mucho. Eso hace que con la edad que tengo sigo entusiasmado por mi tarea”, confiesa.

Los viajes más lejanos que ha realizado son campañas que requieren unas siete horas de navegación. Llegan a noventa kilómetros de distancia de la ciudad e implican que deban pasar varias noches acampando en los lugares antes de regresar a Ushuaia. Ferlito también además es quien organiza esos campamentos y el apoyo logístico de las campañas. En algunas ocasiones no son para buscar muestras en el océano, sino para tomar imágenes fotográficas con drones que permiten explorar dónde hubo, por ejemplo, asentamientos indígenas en épocas pasadas o descubrir yacimientos a través de excavaciones. En esas salidas al campo a través del mar, Ferlito siempre recuerda aquellos días en los que naufragó sin rumbo, en plena Guerra de Malvinas, y solo pensaba en sobrevivir.

 

Sus inicios como buzo y la experiencia en Malvinas

Mucho antes de trabajar en CADIC, apenas terminó la escuela secundaria, Ferlito decidió comenzar la carrera militar en la Marina en Bahía Blanca donde vivía. Apenas ingresó se especializó en el área de navegación y cubierta, hasta que conoció la tarea que cumplían quienes eran buzos de rescate dentro de las Fuerzas. Quiso ingresar a la Escuela de Buceo en Mar del Plata y dos años después obtuvo su título de buzo profesional. Su participación en la Marina ya llevaba nueve años cuando sobrevino el fatídico año 1982. “Como buzo yo hacía trabajos abajo de los barcos, remociones, trabajos de salvamento: era distinta a la tarea que cumplían los buzos tácticos, exclusivamente preparados para la guerra. Nosotros actuábamos en casos de siniestros, de un derrame o un incendio. No estábamos preparados para el combate. De todas formas, nos llamaron para participar de Malvinas para solucionar un problema de un barco, que se había enredado en un muelle, para que vayamos al rescate”, explica Ferlito.

El 10 de abril de ese año, con la guerra en ciernes, se embarcó camino hacia Malvinas en un barco de servicio preparado para remolcar o para hacer auxilio a otro barco: el ARA Alférez Sobral. El viaje, recuerda Ferlito, fue de pura incertidumbre. “Una guerra genera temor en todos los tripulantes”, asegura, “éramos treinta y cinco personas en la tripulación, entre el comandante, el personal de operaciones y los buzos, que íbamos con una misión asignada muy específica: cumplir funciones de nado de rescate en el barco”. Viajaban con trajes de buceo isotérmicos que les permitirían bucear en las frías aguas cercanas a Ushuaia -que en invierno alcanzan los dos grados de temperatura-, bolsas de dormir, colchones, mantas en la cocina, alimentos, explosivos, un bote auxiliar, pensado para que asistiera a los buzos desde arriba del agua. “Fue un conjunto de emociones indescriptible, sentía miedo, pero a la vez íbamos con euforia por la recuperación, era contagioso con toda la tripulación eso, no nos imaginábamos cómo iban a hacer los acontecimientos a posteriori, tan tristes de recordar, difíciles de sobrellevar, porque los llevás con vos durante toda tu vida”.

Tras días de navegación, al llegar cerca de las Islas a bordo del ARA Alférez Sobral, los planes se torcerían. “Cuando empezaron a bombardear Puerto Argentino nosotros ya no estábamos cerca. Todavía estaba todo bastante tranquilo. Era todo una calma de trabajo, estábamos bastante contentos, con euforia, pensando que las cosas se iban a solucionar de otra forma”. El 1 de mayo, un avión inglés lanzó un misil a unas setenta millas de las islas. Los barcos que estaban cerca de la zona, entre ellos el ARA Alférez Sobral, captaron señales de auxilio enviadas después del bombardeo y se encomendaron a rescatarlo. Pero no pudieron llegar: el 2 de mayo, mientras se encontraban en camino, el Crucero ARA General Belgrano sería hundido por la armada inglesa. Fue el peor crimen de guerra cometido por Gran Bretaña durante el conflicto: murieron 323 soldados argentinos.

Ferlito y la tripulación recibieron órdenes de rescatarlo, pero en el camino, en medio de una tormenta desatada en el mar con olas de cinco metros de altura, serían interceptados por una fragata inglesa que los bombardearía. “Nos apuntaron con unos reflectores fuertes desde unos helicópteros. Fue un momento de confusión, hubo una especie de bengalas, pero en realidad fueron dos misiles que impactaron contra nosotros. El barco perdió el control, algunos nos salvamos y otros, los que estaban en cubierta, no pudieron sobrevivir”, rememora Ferlito. Lo que siguió fue una verdadera pesadilla. Días lidiando con el barco naufragando, intentando que no se hundiera del todo, a la deriva. “El barco quedó totalmente destruido salvo las máquinas que funcionaban, y que gracias a eso se mantenía a flote, de otra forma se hubiese hundido. Las esquirlas rompieron todas las balsas salvavidas del barco, ni siquiera teníamos eso para naufragar”. Al cuarto día de naufragio salió el sol. Se dirigían de camino a África -aunque ellos no lo sabían- cuando un avión se les acercó sobrevolando al ras del mar. Ferlito y los sobrevivientes prendieron fuego unas mantas para hacerles señas. Los rescataron. “Ahí se terminó la guerra para nosotros. Volvimos a San Julián y retornamos a nuestro destino”.

Dos años después del naufragio, en 1984, Ferlito pediría la baja de la Marina. Y diez años después llegaría al área de Náutico y Buceo del CADIC, en Ushuaia.

 

Malvinas y después

En paralelo a su tarea como buzo ahora científico, a partir de su llegada a Ushuaia para trabajar en el CADIC, en 1994, cada 2 de abril Ferlito comenzó a juntarse con otros ex combatientes de la ciudad: “Nos empezamos a reunir para contarnos las vivencias, hasta que decidimos congregarnos como ex cobatientes en una asociación y nos propusieron hacer un monumento en Ushuaia”, cuenta Ferlito. Así fue como apostaron ese enorme homenaje, en el que se ven las Islas Malvinas en relieve, y de fondo el Canal de Beagle. El punto de encuentro en donde cada 2 de abril miles de personas de Ushuaia y de todo el país se congregan para recordar a los caídos y reafirmar los derechos argentinos sobre las islas. “Decidimos hacer el monumento en relieve, como un símbolo de que las islas no están: se ve su silueta. El día que las recuperemos, se rellenarán”, explica Ferlito, que además de ser socio fundador fue durante tres años presidente de la Asociación de Ex Combatientes de Ushuaia.

“Nunca imaginé que terminaría trabajando en un ámbito científico como buzo, relacionado con el mar –dice Ferlito en el pañol de buceo-. Cuando empecé tuve que reorganizar mis habilitaciones nuevamente. Acá la función es diferente, no es trabajo de salvamento, Tuve que aprender a recolectar muestras, a tomar una fotografía, a sacar muestras de agua de distinta profundidad. Me fui formando, y con la edad que tengo sigo entusiasmado por mi tarea. Trabajar para CONICET fue conocer muchas cosas, aprendo mucho, es seguir aprendiendo. Y cuando estoy en el mar en medio de una campaña muchas veces recuerdo a mis compañeros, a los caídos de Malvinas. Saco una fotografía de la bandera a la noche navegando, porque los mares son nuestra soberanía, y la comparto con mis contactos, para que la memoria de Malvinas siga presente y viva”.

Por Cintia Kemelmajer